El mundo observa el inicio oficial de un alto el fuego entre Israel y Hezbolá, el grupo respaldado por Irán. Este acuerdo, negociado por Estados Unidos y Francia, promete paz, al menos en el papel. Ambas partes aceptaron el acuerdo, que entró en vigor a las 2:00 AM GMT, pero ya estamos cuestionando su durabilidad, dada la larga historia de promesas incumplidas y tensiones en la región.
El presidente Joe Biden elogió el acuerdo como un “cese permanente de las hostilidades”, una frase que parece ambiciosa considerando el derramamiento de sangre que ya se ha cobrado miles de vidas desde que estalló este conflicto durante la guerra de Gaza. Biden anunció el alto el fuego desde la Casa Blanca, subrayando que “lo que queda de Hezbolá y otras organizaciones terroristas no podrán volver a amenazar la seguridad de Israel”.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha dejado claro que sus fuerzas no dudarán en tomar represalias si Hezbolá tan solo estornuda en su dirección. “Mantenemos una completa libertad de acción militar”, dijo Netanyahu, advirtiendo que cualquier violación se respondería con ataques decisivos. El alto el fuego, según él, ofrece una oportunidad para centrarse en la amenaza inminente de Irán, reconstruir los suministros militares y aislar a Hamás. Por cierto, Israel supuestamente ha “hecho retroceder décadas a Hezbolá” neutralizando su infraestructura, eliminando a sus principales líderes y diezmando a sus combatientes.
Como era de esperar, Hezbolá no está agitando una bandera blanca. El alto funcionario Hassan Fadlallah dijo a la televisión libanesa que el grupo ha emergido “más fuerte” y con miles de personas listas para unirse a la resistencia. Esto no pinta bien. Mientras tanto, se supone que Líbano desplegará 5.000 tropas en su frontera sur para mantener a raya a Hezbolá.
El presidente francés, Emmanuel Macron, recurrió a las redes sociales para darse palmaditas en la espalda y calificó el acuerdo como “la culminación de los esfuerzos realizados durante muchos meses”. El primer ministro interino del Líbano, Najib Mikati, intervino con un optimismo cauteloso, mientras que los líderes de la oposición en Israel criticaron el acuerdo por no crear una zona adecuada para proteger a los civiles israelíes.
Y mientras los líderes intercambiaban cumplidos y tuits de felicitación, la gente común llevaba las cicatrices del conflicto. Alia Ibrahim, madre de dos niñas gemelas de Qaaqaiyat al-Snawbar, compartió la devastación de su aldea, la mitad de la cual quedó reducida a escombros apenas unas horas antes del alto el fuego. “Si Dios quiere, podemos volver a nuestros hogares y a nuestra tierra”, dijo, con su esperanza atenuada por la triste realidad de que la paz en la región será difícil de alcanzar.
No todo el mundo cree en la promesa del alto el fuego. Una encuesta del Canal 12 de Israel mostró que solo el 37% de los israelíes apoyaba el acuerdo, mientras que el 32% se oponía. El ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, siempre contradictorio, desestimó la capacidad del ejército libanés para contrarrestar a Hezbolá y pidió un cinturón de seguridad controlado por Israel.
¿Y qué pasa con los autores intelectuales de este acuerdo? Estados Unidos y Francia se están asociando con la fuerza de mantenimiento de la paz de la FPNUL para monitorear las violaciones, aunque no se desplegarán fuerzas de combate estadounidenses. Biden, que dejará el cargo en enero, tiene un interés personal en presentar esto como una victoria diplomática, incluso mientras continúa presionando por un alto el fuego en Gaza y un acuerdo de normalización entre Israel y Arabia Saudita.
