El liderazgo es la savia de la gobernanza, pero África se ha visto manchada durante décadas por un liderazgo poco imaginativo e involuntario. Chinua Achebe lo expuso sucintamente en su libro titulado The Trouble with Nigeria (El problema con Nigeria), cuando proclamó que “el problema con Nigeria es simple y llanamente un fracaso del liderazgo”. Este fracaso no es figurativo; es planeado –o más bien no planeado, ya que no ha habido un esfuerzo sistemático para preparar a los gerentes.
La observación del obispo Matthew Kukah de que muchos líderes africanos llegan al poder por casualidad subraya el problema central: es por esta razón que la gobernanza africana tiende a ser más una apuesta que un esfuerzo bien orquestado dentro del proceso de liderazgo. Esto ha hecho que el mérito y la competencia sean insignificantes, con lealtades partidistas y clientelismo dominando el sistema y frenando el progreso y afianzando sistemas deficientes en todo el continente. Sin embargo, para que África sea fiel a su promesa, es necesario realizar esfuerzos estructurados y deliberados para desarrollar el liderazgo entre los jóvenes de inmediato.
Tomemos como ejemplo el caso de Haití, que representa años de fracaso de liderazgo que han condenado a la nación a la pobreza y la inseguridad política. Así, África ha heredado el problema del liderazgo accidental desde sus inicios: hoy las instituciones están subdesarrolladas, la corrupción florece y la política está congelada. Los aspirantes a líderes políticos no podrán “encender el marco de la nación”, y mucho menos planificar y seguir el curso del desarrollo nacional, y en consecuencia harán que sus países sean susceptibles a la anarquía interna y la manipulación externa.
Las consecuencias de este fracaso son enormes. Cada oportunidad que perdemos de invertir en cosas como carreteras, escuelas u hospitales empeora la desigualdad y frena el crecimiento económico. En lugar de planificar con antelación, los gobiernos siempre se ocupan de emergencias.
La gobernanza reactiva se convierte en el modelo a través del cual los gobiernos son constantemente apagados en lugar de construir incendios. Esto ya no puede ser así.